. búsqueda de la propia identidad . cambios vitales . crisis laborales Abogado y Coaching profesional/empresarial . cambios organizacionales . liderazgo . desarrollo de carrera
Cd´s para Meditar Te ofrezco Cd´s para meditar y encontrar la paz, con música compuesta y ejecutada por mí y sonidos que he tomado de la naturaleza, a través de distintos viajes que he realizado.
Publicaciones - Vivir la empresa en forma orgánica (libro). Publicado por Ed. Patris. (Julio 2009)
- Trabajar Orando (libro). Publicado por Ed. Claretiana (2013 y 2015).
- El Rosario del trabajo y la vida (libro). Publicado por Ed. Claretiana (2015).
- Vivir la Alegría en el Trabajo (libro). Publicado por Ed. Patris (2017).
- Meditaciones Sanadoras (libro). Publicado por Ed. Claretiana (2019). - La crísis financiera de las hipotecas subprime y la visión orgánica de José Kentenich. (artículo) - ¿Es posible ser uno mismo en la empresa ? (artículo)
Soy Abogado y Coach Profesional (Certificación internacional en el Instituto de Estudios Integrales).
Realicé estudios de Mediación en la Facultad de Derecho de Buenos Aires.
Estudié Negociación en la Escuela de Derecho de Universidad de Harvard (USA) con Roger Fisher.
Soy animador de talleres LECI (Los Espacios y la Comunicación Interpersonal), fundado por el presbítero canadiense Raymundo Roi, e integro la asociación civil In Medio, cuya misión es promover la psicoeducación en diversos ámbitos culturales, mediante talleres de comunicación, autoestima y manejo del tiempo, entre otros.
Soy miembro inicial del Círculo de Investigación Kentenijiano, fundado por el fallecido padre Horacio Sosa Carbó, presbítero perteneciente al Movimiento Apostólico de Schoenstatt.
Soy abogado (UBA) y he desarrollado mi actividad profesional en entidades financieras nacionales y extranjeras por más de 30 años, habiendo ocupado el cargo de Director Legal de Citibank Sucursal Argentina y actualmente el de Gerente de Legales de Banco Columbia.
Soy músico, con especial inclinación hacia el rock sinfónico y su integración con nuestra música folclórica.
12 de junio de 2009 LA EXPERIENCIA DE JOSHUA BELL La experiencia que se describe a continuación del famoso violinista Joshua Bell, me ha dejado muchas enseñanzas y temas para meditar. Me ha impactado por dos aspectos: 1) la importancia que tiene cuidar el contexto para poder transmitir adecuadamente cualquier mensaje; y 2) la importancia de “estar despiertos”, para que la realidad que a cada instante nos sorprende con sus maravillas, no nos pase desapercibida.
Lo ocurrido fue lo siguiente:
Un hombre se sentó en una estación del metro en Washington y comenzó a tocar el violín, en una fría mañana de enero. Durante los siguientes 45 minutos, interpretó seis obras de Bach. Durante el mismo tiempo, se calcula que pasaron por esa estación algo más de mil personas, casi todas camino a sus trabajos. Transcurrieron tres minutos hasta que alguien se detuvo ante el músico. Un hombre de mediana edad alteró por un segundo su paso y advirtió que había una persona tocando música. Un minuto más tarde, el violinista recibió su primera donación: una mujer arrojó un dólar en la lata y continuó su marcha. Algunos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared a escuchar, pero enseguida miró su reloj y retomó su camino. Quien más atención prestó fue un niño de 3 años. Su madre tiraba del brazo, apurada, pero el niño se plantó ante el músico. Cuando su madre logró arrancarlo del lugar, el niño continuó volteando su cabeza para mirar al artista. Esto se repitió con otros niños. Todos los padres, sin excepción, los forzaron a seguir la marcha.En los tres cuartos de hora que el músico tocó, sólo siete personas se detuvieron y otras veinte dieron dinero, sin interrumpir su camino. El violinista recaudó 32 dólares. Cuando terminó de tocar y se hizo silencio, nadie pareció advertirlo. No hubo aplausos, ni reconocimientos. Nadie lo sabía, pero ese violinista era Joshua Bell, uno de los mejores músicos del mundo, tocando las obras más complejas que se escribieron alguna vez, en un violín tasado en 3.5 millones de dólares. Dos días antes de su actuación en el metro, Bell colmó un teatro en Boston, con localidades que promediaban los 100 dólares.Esta es una historia real. La actuación de Joshua Bell de incógnito en el metro fue organizada por el diario The Washington Post como parte de un experimento social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de las personas.La consigna era: en un ambiente banal y a una hora inconveniente, ¿percibimos la belleza? ¿Nos detenemos a apreciarla? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?Una de las conclusiones de esta experiencia, podría ser la siguiente: Si no tenemos un instante para detenernos a escuchar a uno de los mejores músicos interpretar la mejor música escrita, ¿qué otras cosas nos estaremos perdiendo?
Un Cuento para meditar divirtiéndonos MI ESTADISTICA (por Fernando Rigou) Salí gritando el gol como un desaforado. Me saqué la camiseta y fui dando la vuelta a la cancha a lo “burrito” Ortega hasta que llegué al alambrado imaginario y miré al cielo de rodillas. Todos, los míos y los contrarios me miraron incrédulos, sin decir una palabra y como se debe en un caso así nadie osó con preguntarme nada. Claro, perdíamos 7 a 0 y ese gol, ya cuando expiraba el tiempo reglamentario no significaba nada para nadie. Pero así son las cosas en el fútbol. Si tenemos los famosos códigos, si tenemos el mínimo imprescindible de potrero, dejamos que el jugador se exprese; por ahí se peleó con la patrona o tuvo un problema en el laburo, que se yo, uno, dentro de una cancha de fútbol, no pregunta ni cuestiona lo que a primera vista parece una reacción totalmente disparatada. Me acuerdo hace muy poco, cuando Chiche supo que la mujer tenía cáncer, entró a la cancha con la idea fija de hacerse expulsar y lo logró a los 10 minutos, sin embargo ninguno de nosotros abrió la boca ni le reprochó nada, a pesar que nos dejó con 7 el resto un partido que terminamos perdiendo por goleada. La cosa empezó en las vacaciones del 58. Calecale (Juan Carlos Descalz) me hizo entrar porque faltaba uno. Con solo 6 años y sin hermanos varones, ni siquiera le había pateado un tiro al arco a mi viejo porque siempre estaba muy ocupado y además, en esa época, a vos no te regalaban una pelota a los 6 años. Te la armabas con medias o trapos viejos. De ahí viene el dicho del “dueño de la pelota”, porque tener una no era para cualquiera y uno la cuidaba como al oro. Además le aseguraba al dueño formar parte del equipo y si insistía un poco, por más tronco que fuera, no ir al arco. Como dije, a Calecale le faltaba uno y me hizo entrar. Y fue increíble, porque en ese partido, el primero de mi vida, apareció el goleador que llevo adentro. Vino en mi naturaleza, no necesité aprender y practicar pegándole a la pelota contra la pared durante horas. La primera pelota que me vino, cuando me salieron a marcar, le tiré al cordón y la esperé del otro lado y de primera, abajo, la puse al lado del palo, bah, del ladrillo que hacía de palo. Todo así, natural, como si fuera mi partido número 100, como si la canchita armada sobre el asfalto de la cortada de San Luis en La Lucila, fuese parte de mi propia casa. -Auto!!! Gritó uno y nos desparramamos sobre la vereda viendo cómo una Estanciera nos demolía el palo izquierdo de uno de los arcos. Esto le dio tiempo a Calecale a acercarse a mi y decirme lleno de asombro: “bien, flaquito”. Así de simple. Mi primer gol a los 6 años en un partido “oficial”. Para mi fue tan impactante recibir esa felicitación de Calecale que hasta hoy me la acuerdo, porque no sabía que hacer un gol te podía hacer sentir tan importante. No se porqué, no me lo pregunten, pero cuando volví a casa agarré un cuaderno de tapa dura que había sido de una de mis hermanas y que tenía pegadas algunas figuritas de brillantes, le corté las hojas usadas y en la primer hoja puse una rayita. A partir de ese momento fui anotando todos, uno a uno, los goles que fui haciendo a lo largo de mi vida. A partir de ese primer gol, fue increíble el cambio que se produjo en el trato que me daban los pibes del barrio. Lo noté inmediatamente, por la forma en que me miraban, o en sus expresiones cuando pasaban frente a casa: “qué haces flaquito”, “como andamos flaco”, y no eran los pibes de mi edad, eran los grandes de 8 y 9 años que me saludaban con respeto. Pero mi gran recuerdo, mi orgullo mayor, fue el día dos o tres meses después en que pisaron y al que le tocó me eligió primero. ¡Eso fue sentirse importante!. ¡Y hay que bancarse esa responsabilidad, ese peso de demostrar en la cancha porqué te eligieron primero!. Decía que fui anotando los goles que hacía. Jugaba un partido y lo primero que hacía era llegar a casa y anotar los goles en el cuaderno. Simplemente una rayita o más, ya que en aquella época uno podía llegar a hacer seis o siete goles en un partido. A veces me arrepiento de no haber puesto comentarios de algunos goles, como aquel de los tres caños, o alguno de los de chilena o al menos los de las finales, pero bueno, la cosa es así, me limité a dejar constancia solamente con rayitas y la buena memoria no es mi fuerte… Quiero aclarar que los goles considerados fueron solamente los de partidos “oficiales”, es decir, partidos en serio, sea en cancha de asfalto, tierra, césped sintético, arena, etc. ya sea en partidos de 5, 8 u once contra once. Jamás hubiera tenido la ocurrencia de contar los goles que les hice a mis hijos pateándoles al arco para probarlos como arqueros o los que hice en campeonatos arco a arco con alguno de mis amigos, o los de los campeonatos de penales o en los partidos de cabeza donde hubiera tenido el beneficio del “pechito vale doble”. Repasando mis anotaciones, veo que fue relativamente fácil llegar a los 500. Claro, los primeros 300 los hice en el asfalto. Jugábamos prácticamente todos los días y ahí era fácil despacharse con varios goles por partido. Lo difícil fue después, cuando tuve que salir a revalidar mi fama más allá de las fronteras del barrio, en intercolegiales, o en equipos desconocidos donde había sido especialmente invitado y para los que para llegar había que tomar dos o tres colectivos (no quiero dejar pasar la oportunidad para agradecer a mis viejos que me dieron la confianza al permitirme viajar a esos lugares alejados ya que sin esa confianza, haber acumulado goles hubiera sido imposible). Por eso es entendible que a los 14 años ya iba por el 500, pero a partir de ahí la cosa fue mas dura. También, hay que reconocerlo, a esa altura tuve que comenzar a acarrear el peso de la fama. Partidos con marca pegajosa o doble marca, zagueros alertados de mi peligrosidad en el área, defensores estudiosos que conocían algunas de mis jugadas predilectas: mi habitual amague por derecha, para abrirme por izquierda y puntinazo al otro palo, por ejemplo. Fue en esa época en que comencé a patear los penales. Siempre es una responsabilidad grande, pero es una manera simple de asegurarse la acumulación de goles para la estadística. Hubo, lo confieso, algunos goles con la mano, pero cuento únicamente los convalidados. Si había referí, porque marcó la mitad de la cancha y si no lo había porque ninguno de los contrarios se dio cuenta (es importante en estos casos que alguno de tus compañeros lo haya notado ya que el gol con la mano es un reconocimiento tácito a la picardía como una de tus habilidades naturales). Como decía, a partir de los 15 la cosa se hizo dura. Intercolegiales, la época del Inter de Olivos (el equipo del barrio) un equipo de amigos, con más vocación de juego que habilidad y técnica de sus jugadores que creo que tuvo el récord de partidos perdidos en forma consecutiva y donde la pelota te llegaba únicamente si el contrario se equivocaba y te hacía un pase; el equipo de Xerox con el que jugamos varios interempresarios y ya era un éxito terminar en la mitad de la tabla, salvo cuando venía el ruso Kasperkas y sus amigos (ex profesionales) que te hacían hacer goles aunque tuvieras tres defensores colgados del cuello. La famosa “canchita”, en Martínez, un terreno baldío en uno de los mejores barrios de la zona norte, donde durante cinco años armamos un cinco contra cinco inolvidable, y tantos otros campeonatos, tantos equipos que se me mezclan en la memoria. También, como todo goleador, tuve que pelear con las rachas adversas. Aquellos amargos momentos donde se te cierra el arco y no metés una ni de casualidad, los rebotes que siempre le caen a otro, o esos tiros con el arco sin arquero que le pifiás a la pelota o se te levanta en el momento en que le vas a pegar porqué tocó una matita de pasto; situaciones increíbles que ponen en juego tu fortaleza mental y tu temple, como así también demuestra cuánto te bancan tus compañeros. Fue un largo período de casi cuarenta años. De buenas y malas, desgarros y expulsiones (pocas pero nunca injustas), referatos a favor y en contra, de algunos goles increíblemente perdidos que machacaron mi mente durante días haciendo peligrar mi autoestima. Tuve, eso sí, algunos goles que soñé y que tuve que esforzarme por no anotar en el cuaderno de tan reales que parecían. Soy consciente que ningún periódico se hará eco de mi hazaña, que no figuraré en ninguna estadística oficial, pero amigos, créanme, que no habrá nadie que me saque el orgullo de mi hazaña. Ese grito enloquecido, esa carrera desaforada revoleando la camiseta de San Francisco por el aire festejando mi gol 1000 no deberá quedar en el olvido. O peor aún, en la ignorancia total. Es por eso este relato, para que se haga justicia y que esta hazaña sea divulgada dentro del inmenso mundo del fútbol amateur, del verdadero fútbol que se juega por amor, que se sufre y se vive con la pasión de la vida misma. Me sería imposible nombrarlos, pero quiero agradecer a todos y cada uno de los que colaboraron con mi logro, a los que me hicieron un pase gol, a los arqueros que dieron rebote y a los defensores que pifiaron ya que sin ellos llegar al 1000 hubiera sido imposible. Y ahora, a los 56 voy por más y tengan por seguro que, como lo hice durante los últimos 50 años, el sábado cuando me levante, miraré al cielo esperando que no llueva… -------------------------------------------- La Oración de la Rana (A. de Mello) Erase una vez una mujer muy devota y llena de amor de Dios. Solía ir a la iglesia todas las mañanas, y por el camino solían acosarla los niños y los mendigos, pero ella iba tan absorta en sus devociones que ni siquiera los veía. Un buen día, tras haber recorrido el camino acostumbrado, llegó a la iglesia en el preciso momento en que iba a empezar el culto. Empujó la puerta, pero ésta no se abrió. Volvió a empujar, esta vez con más fuerza, y comprobó que la puerta estaba cerrada con llave. Afligida por no haber podido asistir al culto por primera vez en muchos años, y no sabiendo qué hacer, miró hacia arriba... y justamente allí, frente a sus ojos, vio una nota clavada en la puerta con una chincheta. La nota decía: «Estoy ahí fuera».
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